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Habrá quien piense que son dos formas de decir mismo. O que una cosa lleva a la otra. Pero ni todo empresario es emprendedor, ni todo emprendedor es empresario. No es emprendedor aquel que hereda una empresa familiar que su padre, o su abuelo, crearon. Como no son empresarios las muchas personas que, aún habiendo dejado su puesto de trabajo para dedicarse a su pasión y haber arriesgado sus ahorros por una idea, no tienen una empresa constituida. Algunos nunca la llegarán a tener, pero eso no les quita la condición de emprendedores.
Seguramente “emprendedor” es uno de esos vocablos de los que se abusa tanto que ya da pereza sólo escucharlo. En cualquier evento académico, congreso profesional o vivero de empresas, se invoca continuamente, de una forma casi obscena. Como si emprender fuera algo así como un fin en sí mismo. O la única solución a la crisis. Como si los que voluntariamente han elegido trabajar por cuenta ajena debieran poco menos que pedir perdón. Se buscan valientes, optimistas, visionarios. Y se les anima a pensar en grande, a crear el próximo Facebook. A fundar compañías que crezcan de un mes al siguiente, que generen tantísimos puestos de trabajo, que arrojen enormes cuentas de explotación y que engrandezcan por igual su ego y sus bolsillos. En pocas palabras: se da por sentado que el emprendedor, para su plena realización, debe aspirar a convertirse en un gran empresario. Lo cual seguramente tiene más que ver con ser un buen gestor que con ser un visionario. Sorprende que las mejores escuelas de negocio de nuestro país, a diferencia de Estados Unidos, formen tantos ejecutivos y tan pocos emprendedores.
Es conocida la frase que en los ’80 Steve Jobs le espetó a John Sculley, entonces CEO de Pepsi, para que aceptara el cargo de director general en Apple: “puedes seguir vendiendo agua azucarada o venir a cambiar el mundo con nosotros”. No le ofreció paquetes de acciones, ni un mejor sueldo o comida gourmet. Le prometió una actitud. Era la actitud de un emprendedor ante un alto ejecutivo. Un emprendedor luego convertido en el dueño mayoritario de la empresa más valiosa del mundo, pero que eligió pasar a la historia como visionario antes que como empresario. Su necesidad continua de reinventar Apple, o su paréntesis con Next y luego con Pixar, dan fe de ello. Lo cual nos dice que tal vez el secreto para emprender con éxito esté en esto: en no dejar nunca de ser el mismo emprendedor del primer día.
Joan Alvares es socio-director de Poko y profesor del Istituto Europeo di Design
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